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Low Roar en el Teatro Milán: la música como reflejo de madurez y evolución personal

ACIR Online

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La primera vez que Low Roar visitó México, hace casi cinco años en el Foro Indie Rocks, el proyecto comandado por Ryan Karazija era un acto musical completamente distinto al de hoy día.

Lo que en aquel momento fue un trío sostenido en brutales sampleos, percusiones y nítidos recursos electrónicos, impecablemente ejecutados y ecualizados, ahora es el proyecto de un sólo hombre, un músico consumado que ha convertido a Low Roar en una extensión de sí mismo. El piano, la guitarra y su propia voz son ahora sus más grandes aliados.

Mucho ha acontecido en la vida de Ryan: se divorció, dedicó un disco a su ruptura, siguió viajando, se involucró sin querer en la musicalización de Death Stranding, se hizo más tatuajes, se enamoró de México, firmó con el sello local Pedro y el Lobo, lanzó otro álbum (.ross) y llegó a su cuarta década de vida con suma elegancia. Las canas se han acumulado en su cabeza y barba, a la vez que sus canciones han cobrado nuevas dimensiones y significados.

Vestido elegantemente y con un escenario más bien sobrio e íntimo, los temas fluyeron de manera orgánica, natural. Ryan parece haber desarrollado también un mayor carisma y sentido del humor. En medio de sus nuevas canciones y clásicos, el californiano errante no desperdiciaba la ocasión para contar breves y graciosas historias acerca de cada composición.

Todas brillaron con una luz distinta, con otros matices: "Anything You Need", "I'll Keep Coming", "Easy Way Out", "Don't Be So Serious", "Bones", "Vampire on My Fridge". Versiones muy distintas a las conocidas en las grabaciones de estudio, con su esencia onírica intacta.

Si bien es evidente que cada canción sigue siendo de gran importancia para su autor, el trasfondo amargo de algunas de ellas se ha ido diluyendo. Ryan las interpreta ahora como relatos, como experiencias que lo marcaron y le obligaron a crecer como persona. A veces simplemente dejaba de tocar, continuaba a capella, alejado del micrófono, para luego retomar su instrumento con toda naturalidad. Pura magia.

Por último pero no menos relevante, la elección del recinto no pudo ser más apropiada: un teatro de reducido tamaño que aglutinó a fans verdaderamente interesados en la música, en las letras, en la sustancia. Nada de invasivas pantallas de teléfono estorbando en la oscuridad, nada de distractores innecesarios, una audiencia ejemplar. Ryan lo agradeció, y a cambio de ello brindó un show memorable.

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